La lucha con el destino
“Así suena el destino cuando llama a la puerta”…con estas palabras definía Ludwig Van Beethoven las primeras notas de su “5ta Sinfonía”, una de las más famosas y colosales obras creadas en la historia de la humanidad. Son notas intrigantes, escritas por alguien que aprendió a vivir con el destino en contra suya.
La vida de este genio nunca fue fácil, desde su más temprana infancia en Bonn, conoció el sufrimiento. Con un padre alcohólico, sufrió lo que hoy llamaríamos maltrato infantil. Era obligado a estudiar por horas el piano para poder ser un segundo Mozart, y sostener a su familia gracias a lo que ganaba tocando en el coro de la Iglesia. Sufrió de enfermedades y pestes que le dejaron marcas imborrables en su cara. Cuando a los 17 años, en Viena, por fin conoció a Mozart, se perdió la oportunidad de que este se convirtiera en su maestro pues su madre acababa de fallecer por lo que tuvo que devolverse a Alemania: perdió a la persona a quien más quería, a quien vio sufrir por años el maltrato que le daba su esposo, quien también había muerto. Sin un hogar en el cual vivir, Beethoven fue adoptado por varias familias pudientes que veían en él a un genio que tarde o temprano sorprendería al mundo.
Beethoven nunca paró de estudiar música. Eso sí, como todos los músicos de su época, tenía una sombra llamada Mozart, quien a los 20 años de edad, ya había publicado cientos de obras, incluidas óperas, sinfonías y conciertos, mientras que el joven Ludwig, a la misma edad, aún no tenía repertorio propio. Beethoven sabía que debería luchar contra esa sombra quizás toda su vida.
La vida de este genio nunca fue fácil, desde su más temprana infancia en Bonn, conoció el sufrimiento. Con un padre alcohólico, sufrió lo que hoy llamaríamos maltrato infantil. Era obligado a estudiar por horas el piano para poder ser un segundo Mozart, y sostener a su familia gracias a lo que ganaba tocando en el coro de la Iglesia. Sufrió de enfermedades y pestes que le dejaron marcas imborrables en su cara. Cuando a los 17 años, en Viena, por fin conoció a Mozart, se perdió la oportunidad de que este se convirtiera en su maestro pues su madre acababa de fallecer por lo que tuvo que devolverse a Alemania: perdió a la persona a quien más quería, a quien vio sufrir por años el maltrato que le daba su esposo, quien también había muerto. Sin un hogar en el cual vivir, Beethoven fue adoptado por varias familias pudientes que veían en él a un genio que tarde o temprano sorprendería al mundo.
Beethoven nunca paró de estudiar música. Eso sí, como todos los músicos de su época, tenía una sombra llamada Mozart, quien a los 20 años de edad, ya había publicado cientos de obras, incluidas óperas, sinfonías y conciertos, mientras que el joven Ludwig, a la misma edad, aún no tenía repertorio propio. Beethoven sabía que debería luchar contra esa sombra quizás toda su vida.
Beethoven era de origen humilde, pero la música lo llevó a codearse con la realeza a la que detestaba, pero a quienes trataba de ocultar que en realidad él no era ningún noble. Debido a su apariencia, de rasgos toscos, piel morena, ojos oscuros, pelo negro y una estatura no muy elevada, rasgos poco alemanes por cierto, era muchas veces molestado por la elite que lo llamaba “español” o “negro”. Pero su tremendo talento con el piano y las obras que poco a poco empezaba a componer le hicieron ganarse el respeto de esa sociedad que le causaba tremendas contradicciones, pues la odiaba pero deseaba pertenecer a ella, pues sentía que su talento le hacía merecedor de un buen estatus, más que a un noble que lo adquirió por simple fortuna, sin más mérito que la sangre. También se ganaba el respeto (y la envidia) de los otros músicos. Es extraño mencionar que Beethoven no tenía “dedos para el piano”. A muchos les asombraba como un tipo con dedos gruesos y cortos podía tocar el piano de forma inigualable. La naturaleza no lo había dotado con manos de pianista, pero sí con una capacidad de improvisar y crear insuperable.
Ludwig también fue tremendamente desafortunado con las mujeres. Solía enamorarse con facilidad de hermosas jóvenes de clase alta, que la gran mayoría de las veces lo rechazaban. Pero fueron estos amores no correspondidos los que inspiraron a componer sus más hermosas sonatas para piano, entre ellas la “Patética” y “Claro de Luna”, y su célebre carta “a la Amada Inmortal”.
Pero para un músico cuya carrera va en ascenso, que comienza a ganarse el respeto y la admiración de todos, lo peor que le puede suceder es perder el oído. A los 30 años Beethoven comenzaba a padecer una sordera que lo haría sufrir más que cualquier otra cosa en su vida. ¿Cómo podía ser tanta la mala suerte? Buscó ayuda con médicos que le hicieron empeorar, trato de mil y una formas remediarlo, pero su enfermedad era irreversible. Es en este Beethoven en el que me detengo a pensar muchas veces cuando las cosas no salen bien. Me imagino la impotencia que debe haber sentido este músico al perder el sentido que más feliz lo hacía. Se ganaba la vida gracias a la música y ya no la podría escuchar más. Sufrió tremendas depresiones, varias veces pensó en matarse, pero el amor que sentía por la música fue lo que lo hizo detenerse y luchar y demostrarle al destino que la victoria le llegaría finalmente a él. Es en este período en el que Ludwig Van Beethoven compuso sus más grandes obras. No es de extrañar que todas terminen con sendos acordes llenos de gloria y triunfo. No es de extrañar que en sus obras encontremos a un hombre luchando con los dioses. La sordera no fue obstáculo para componer, fue más bien la fuerza que lo llevó a convertirse en el más grande de todos, en elevarse y demostrarle a Dios mismo que nada lo podría detener.
Beethoven era absolutamente sordo cuando compuso su “Sinfonía nº 9”, en mi opinión, la mejor y más grande obra musical jamás creada. La llamada “Oda a la Alegría” que forma el tema principal del cuarto movimiento, nos habla de las cosas en las que creía este genio: la fraternidad y la hermandad de toda la humanidad.
Yo diría que Ludwig Van Beethoven es mi héroe. Sin ser ningún santo, pues era huraño y tremendamente orgulloso, este hombre supo luchar contra la adversidad desde que era un niño. La vida, la misma que lo trató tan mal, le regaló una única arma con la cual debía luchar: la música. Y fue con esta única arma, la de dominar como ningún otro el Arte Supremo, con la que luchó hasta conseguir la victoria y lograr un sitial de Honor en la Historia.